Sentado, cavó su propio sepulcro. De pie sacó su propia percepción, no deseaba recordar nada de lo vivido. Sentía esa última necesidad. Las malas opciones no formaban parte de su sangre. Pretendía dejarla huir, todo con la ayuda de un cristal partido a la dicotomía.
Nada más que el día, nada más que la noche, nada más que su propia vida. Eso estaba en juego. Se percató del silencio humano, mas no del silencio terrenal. Todo lo vivo le observaba. …Me robaste el sufrimiento, creyendo ser el único capaz de poder hacerlo. Me quitaste el alma y la tranquilidad, lo último que poseía. Nadie lo escuchó, ni respondió. Lanzó su pala, su existencia, su sangre negra, y se dejó caer al foso. La inyección lo haría dormir mucho mejor de lo esperado. Sin embargo, olvidó tapar su propia muerte.
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