
Miró aquel cuchillo frente a frente. Le dijo: te enfrentarás a mi carne acorazada, te mataré. Ambos cayeron al piso.
I Las raíces más recónditas I Las plumas más frescas I Aportes Literarios Animales I Paolo N. Luke
(miércoles por la noche, jueves por la mañana)
Recién ahora despierta, la calle, temprana y el sabor, plenitud tardía. El pensamiento sin papel se le escapa de una vez, para siempre, el despego, ese defecto es la mayor virtud en aquel ser vivo, (de ser siempre de la misma manera). Involuntariamente, el cabello es suave como estas completas tiniebla, de los números la suma resulta, y es seis. Como casi nunca se logra. Su desamor promete mucho esfuerzo, diría que demasiado. Tanto que lo perturba, tanto como el cuerpo que sube y baja, tanto como al trato con la intemperie de una mente revuelta, (la propia), soledad como algo completamente improbable. Es de atención un centro, solo para la percepción más básica, -no creo sea la mía- Se vió superado.
Después de tomar al vulgo cualquier pensamiento idiota creará gran intriga. La Noluntad, la indiferencia y esa frialdad, esa reencarnación como evolución del género, de su género, su raza. La insensibilidad como un tema en boga, el verdadero "frío" que no es al sentido infernal. Todo ha de mejorar, menos mi relación para con ellos; ustedes, incluso contigo. Debo arrancar de aquí la sonrisa, sin querer, la sensibilidad ha de darme muerte, que sea temprana. Es más, ahora. Quiere decir, no soporta estos sucesos.
Cuando el camino se tensa le gustan las mascaras, Más leo, más pienso y menos comprendo. Recuerdo protervo. Sí, sabor a kiwi. Algo debió suceder, fábula, todo mezclado no fue más. El deseo suelto reclamando una interpretación, a quien ha de responder si no más que a la casualidad, a la tenebrosidad, a esa nota que le hizo enmudecer. Esa impune voz que sale para hacer callar y todo es más extremo que nunca. No sirven los guantes ni la ropa. Debe despegar la piel de la razón pura. Cree dar el paso hacia la finalidad de las cosas. El reloj es el mismo hace más de mil doscientos cuarenta días. Todo aquello que ignoró, hoy cosas le provocan, por preferir sangre a cambio de un “Mirar hipócrita”, sencillamente, -no- mejor difícilmente, como debe ser. Tranquilo, nada ha de ser. Desde este momento. El agua se rebalsa a la mitad de todo, nuevamente de todo, con el temor de conocer todo.
Más allá de la muerte sabe que nada le espera, el levitar somnoliento es una críptica señal de todo a cuanto derramar pudiera, el sol, ya no es sol cuando irradiar no hace, mas, llueve sangre azul justo sobre sus hombros, sobre sus ojos, sobre su propia savia, como un árbol recien talado, y todo se vuelve como un no presente patético, sin querer sabe que cabó su propio foso.
Mientras tanto, al distanciamiento de todas las cosas, olvido preguntarse, que día es hoy, y solo recuerda que no decía su nombre. La basca era inevitable, su recuerdo también.


Mis pies, lo primero que concibo. La verdad hoy no sé que es lo que me rodea, distingo olivillos. Desde muy pronto suelo ceñir mis manos como primer impulso inconciente de mis cuidados. Sentado, la bruma es pálida y algo húmeda.
Siento frió en mis tobillos, en el lugar que no logran cubrir mi pantanos, es una talla menor, las mangas no me quedan, mis nudos suelen ser algo esqueletitos a merced del escalofrío que me perturba constantemente. No se por qué, mas a mi memoria viene la estrofa, una poesía de Safo que escuché cuando criatura, a pesar de tener en mente otras cosas, esta sigue zumbando como una viola de fondo. Palpitante suena el viento cuando pasa tras mi cabeza y el cuello me pide que lo arrope, tan solo pongo mi mano y ceso mi intranquilidad.
Cruzan autos a lo lejos, se siente un olor como a maquinaria, o será mi ropa. Tengo un papel en el bolsillo, lo sé, ya que me incomoda el extremo izquierdo de mi camisa. Los árboles, lo primero que advertí, logré estar al tanto de la verdad, han caído ya siete o diez hojas a mi costado, son arrugadas, medianas, casi amarillas con rayas cafés, parecen insectos caminando alrededor de mis extremidades. Un grito, un chillido, un chiflo de aire, lo más cálido en estos momentos son mis vagas reminiscencias, me cuestiono. (No sé por qué me lo dijo, me tiene sugestionado). Mas que hago aquí sentado, que es este lugar, es otoño o invierno, no se distinguir estaciones hermanas, los árboles son gigantescos se mueven a la cadencia de los silbidos. El follaje vuela o son aves de la cuidad.
Hay luces un tanto artificiales sobre mi cabeza y reflejan mi sombra sobre las costas de mi cuerpo, en un escenario de tierra mojada, el verde se trasluce entre las rejas graciosas. La gracia quita de mi pasión todo lo absurdo de mi mal estar, el verde y más me sonrió íntimamente. Mis manos sobre mis muslos, una hormiga me suerca. Creerán que soy un vago, un alcohólico, un delincuente. Pero quien creerá eso, ¿los bosques?, aun no veo a nadie rondar cerca de mí, ¿será la hora? ¿Será el día?, estará lloviendo. No lo creo, de así serlo lo habría notado, pero qué es lo que concibo. Hasta ahora no se más de lo que saben ustedes.
El efluvio del tris me lleva a lo altamente oscuro del Κρόνος, así llámese todo esto no más que una simple percepción de mis sentidos vegetales e inertes, el pasado es una pesadilla desmesurada, el azul oscuro de la umbría que me rodeaba, el blanco celestino del televisor que me encandecía maravillosamente, pero inútil a la vez, las consecuencias de captar todo el lenguaje, me llevaron donde estoy ahora.
¿Me pongo de pie?, me dijo que no lo hiciera. Aún su rostro he de recordar, no más que sus textuales palabras. Ojos glaucos y sus alrededores parecían quebrajarse con ríos rojos, (volverá donde me dejó), hombros quizás caídos por el efecto de su ropaje, una camisa color púrpura y líneas un tanto opacas, (estoy aquí por su culpa), sus manos eran pequeñas y heladas al tacto, asimismo noté su nariz empinada de roja ocación, uñas cortas desmaltizadas, dedos partidos, un caminar singular.
Lo último fue el tono de su vos. como lograré captar su entonación.
Max Horkheimer, Theodor W. Adorno
“La enfermedad de la razón radica en su propio origen, en el afán del hombre de dominar la naturaleza."
La carencia de razón no tiene palabras. Sólo las tiene su posesión, que domina la historia manifiesta. La tierra entera da testimonio de la gloria del hombre. En la guerra y en la paz, en la arena y en el matadero, desde la lenta muerte del elefante, vencido por las hordas humanas primitivas gracias a la primera planificación, hasta la actual explotación sistemática del mundo animal, las criaturas irracionales han experimentando siempre lo que es la razón."
“En este mundo liberado de la apariencia, en el que los hombres, perdida la reflexión, se han convertido en los animales más inteligentes, que someten al resto del universo cuando no se hacen pedazos entre sí, preocuparse por el animal no es ya sólo un sentimentalismo, sino una traición al progreso.”
J.P.S.