miércoles, 15 de octubre de 2014

Cuatro de diciembre de mil ochocientos uno


¡Oh amigo! ¡El mundo está ante mí más luminoso y más grave que nunca! Me agrada como sucede todo, me agrada, como cuando en verano “el antiguo y sagrado padre, con serena mano esparce desde rojizas nubes, rayos de bendición”. Pues entre todo lo que puedo contemplar de Dios, este signo se ha hecho para mí el elegido. Antes podía yo gritar de júbilo por una nueva verdad, una visión mejor de lo que está sobre nosotros y a nuestro alrededor; ahora temo que me ocurra como Al viejo Tántalo, que tuvo más tiempo del que podía soportar. Pero yo hago lo que puedo, y pienso, cuando veo que yo también debo ir hacia allí siguiendo mi camino como los otros, que es blasfemo y demente buscar un camino que esté a salvo de todo ataque, y que para la muerte no tengo remedio.  

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