viernes, 14 de julio de 2017

Alrededor de la ampolleta.

Son las tres de la mañana, observo a la Mehüín y ya está más vieja, la miro escarbando en la humedad sacando chanchitos de tierra, le quité uno del ocico que se me cayó rodando para esconderse altiro debajo de las tablas...   -por gil, pensé- ¡No hay que molestar a los bichitos! le dije a la negra.
Frustrado por mi estupidez, me paré y tomé después el supuesto "copetazo" del antiguo tío, mi vasito de vino amargo.
Al tomar y levantar el vaso caché que dentro había una Polilla pequeña y dorada, del porte de una uña, estaba nadando complicada, caminando a duras penas sobre la superficie, casi ahogándose.
Me apuré en sacarla e inclinaba el vaso hartas veces y con la ayuda de una tapa de lápiz la pude sacar rapidito y con cuidado. -Estos bichitos tienen mucho polvillo brillante no sé cómo se llama, se pasma al contacto con el agua-, como cuando las abispas se caen al agua de una piscina; ahí se quedan, se inmovilizan, ahogadas quedan flotando.  
Así que inconsciente la saqué y la miraba ya puesta en mi mano. Le inspiraba aire caliente bien despacio para secarle la humedad, el agua y el frío. La puse en una hoja del calendario de fin de año que tenía a la mano y seguía soplando, después de como quince minutos que llevaba mirándola empezó primero a mover los pies, las antenas, hasta que se paró enterita.
Me puse a reír cuando tomaba un sorbo del vaso porque la perdí de vista al mismo tiempo que aparecieron unas sombras en la pared ya estaba de vuelta, girando...

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