jueves, 11 de mayo de 2017

Vuelta de carnero

Bajo el hálito he de intentar, casi fallidamente, establecer un contacto con lo "alto"; asomado y mal vestido, estoy en el balcón de las delicias; llevo en mis cuernos un romero amargo.
El Parnaso a mis espaldas murmura en vano contra los rayos del viento, ambos han generado una supuesta melodía, entre el roce de sus movimientos franqueados junto  a la temperatura estridente y elevada de mi madrugada.
Al mismo tiempo en el nirvana, el infinito trae sus manchas, cual blancas y tricolores nimbos; Venus alardea como un surtidor de males, en los cielos queda un olvidado Olivo junto a nosotros, un asombroso lunar en el techo, en su segundo cuatro creciente más bello y desde hoy, asimismo, será el más cruento: el cruel presagio de la vida.
¡No lo creo! Levanto mi ojos, siempre expuesto a olvidar mi cuello y no está junto al suelo; entra el frío mientras trago y boto el humo, sin embargo, el deseo se mezcla en la rabia de su ausencia, en ese mismo instante escalofriante.
Porque como me ha enseñado el temporal, quiero ceñirme, el tratado negro no está aquí entre los tabiques, mas en el fondo es lo mismo pues los álamos a la distancia describen estas mismas palabras moviendo sus hojas desprendiendo sus cuerpos, los que luego como. Recuerdo que al hacer obsequio todo, me pierdo. Corto la piel quemando mis heridas más sanas, cubiertas de vendas, cubiertas de muy duras palabras.  

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