domingo, 15 de septiembre de 2013

Estático

Ahora solo suben las fotos, bajan las películas; todos sentados, ni se inmutan.
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El rostro no sabe de la expresión que posee hasta que no es capaz de ponerse a la altura de su vergüenza, pues es sólo ella quien priva el desfiguramiento de la desesperación: de ser descubierto expresando algún sentimiento u emoción, es por eso yo creo que tiene un espejo a su lado para que le recuerde en que momentos sonríe para deja de hacerlo, así no suelta los amarres de su fragilidad frente a una desquiciada muralla verde, (la que intenta derribar), aquella que metamorfosea en eso que considera la revelación de la tristeza más profunda. 
El desorden, autodeterminado, perpetuo al encadenamiento fatal de su propia voz; ésto sin querer le conmueve más ahora que logra ver la contracción ante sus ojos, la conjugación de la paciencia y la simetría más afable que pudiese lograr mientras que en ese interior las cadenas se mantienen aparentemente firmes y su cara sigue igual.
Uno a uno, juntos y hechos todos los gestos parecen ser de una naturaleza espacial, hecho una fauna tal y cual le conoce, quisiera que en esos arrebatos de verde todo fuese esa simetría ese constante flujo de momentos donde es un cristal ante sus manos y su piel, pues al parecer es lo que enmudece y deja de algún modo captar su propia herida por ese instante efímero devorado por la temporalidad cíclica del poder humano, el poder del tiempo.
Uno a uno, siempre van cayendo los antecedentes, de ser a veces uno mismo, el propio asesino de su sombra, y ver sangrar su propia sangre una y otra vez sabiendo que es imposible. Así lo trama de manera sutil y delicada para no soltar en vano todo el frágil sentir por un verde afectado, de un verde que no se explica más allá de lo que su cáscara deja ver. Por esta razón le resulta el eterno retorno una manera menos saturada de dejar el pasado cuando este es una y otra, y otra vez el mismo, a cada momento. Ver como ya se estableció la llaga de todos… incluso en él mismo. Incomprensible si no es capaz de leer en su existencia que le juega como un bloque de hielo dudando entre el agua y el viento, no un -no sé qué-, un decadentismo apocalíptico que le pide que haga todo lo contrario, mas de lo que hace es todo lo contrario a lo que ya solía pensar como único, de alguna manera, ya nada vale la pena si no puede comprender su propia vida menos podrá entender la vida del verde, la vida de los animales, de las plantas y los rostros y caras darán lo mismo. Resulta inquietante cuando uno mira hacia atrás y ya no visualiza nada, no ve, ni siquiera puede imaginárselo. Cree que es la pena la que lo invade, la nostalgia, la felicidad, nada bueno puede ser si se mantiene asustado desde el momento en que decidió partir a su hogar lleno de dudas, de calor, cargado de peso y de existencia. 
Es por eso que lo ves siempre camino hacia las fauces del fuego, ese que no quema pero sí derrite la piel, dejando ver los rayos frágiles de su calcio, corroído por un llanto de oxido que le suplica la variedad en su recuperación, como el rayo ingenuo que pretende caer en el mar para reflejase eternamente y dejar la finitud a su nacimiento, así siguen naciendo y naciendo los llantos a merced de otro llanto y todo llanto no es más llanto opacado por los grito de los que observan este trágico comercial de poesía, esa que hace invisible. 
Pero gracias al frío en el cuello que algo le dice que debe comenzar el viaje a su nuevo hogar a pesar de ser el mismo por más de mil años, es un nuevo hogar cada vez que así lo considera, pues la no tristeza es circular, tanto como la tierra, tanto como las gotas que ruedan por los ojos, las gotas de semen, las de sangre, de sudor. Este es siempre el viaje más prestigioso: saber que nace para morir y hacerlo todos los días. Nacer muerto; morir falsamente. Son los estados que se imponen entre su saber y lo que le asignan desde su verde pasillo, verde ojos de almendra salina, verde y todo es más verde. 

Las mariposas funcionan de esa manera, nacen mariposa y mueren mariposa, pretende decir mariposa como aquello que intenta en su meticulosa duda de saber que es lo qué hace, por qué lo hace y por qué no debiese hacerlo. Las posibilidades de todas las posibilidades siempre es la finitud de morir en cualquier instante. Instantes incluso como éste donde después de cruzar los caminos, los automóviles no se mueven ni son capaces de detenerse, el frío cala más profundamente como si al infierno descendiera. obvio es un año nuevo, se percata que es la neblina costera que le vuelve a decir lo que debe hacer: tomar su inútil y desgraciada conciencia de sí, para poder levantar su mano, empuñar el dedo y detener un auto que le diga: “Dónde”.

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