comprendió también que la existencia carnal no era más que una banalidad y un sin sentido; por lo menos eso escuchó de su compañero de viajes, un francés llamado Jean Paul.
Podía además amar sin limites a sus queridos y lo más importante aún estaría junto a su compañero y protegido de batalla: Patroclo, sin que a nadie le importara, pues para la inmortalidad esto era solo un absurdo detalle.
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