Una undividua semi cuerda pensó, algo malo les está suediendo a todos.
martes, 31 de marzo de 2009
Un parche
Alzó su mano, dijo jefe, hizo un gesto, subió con una caja en su mano, balbuceo con voz aguda, de memoria. ¡Parche curita, dipirona, vitamina c, a cuatrocientos pesos cada uno!
Una undividua semi cuerda pensó, algo malo les está suediendo a todos.
Una undividua semi cuerda pensó, algo malo les está suediendo a todos.
martes, 10 de marzo de 2009
Nietzsche es un mal amigo
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Era su tercera lectura, terminó por fin Así habló Zaratustra, trastocado. No pudó estar quieto después de haber enmudecido tanto. Sentía una exigencia tremenda, no callarlo. Tomó una decisión, la más certera, fue al mercado central, cogió un cajón de naranjas y se subió, Comenzó a pregonar: ¡Übermensch!. Caras de extrañeza, susurros, insultos, nada de otro mundo. Dios ha muerto, nosotros le hemos matado. Esclavos de la moralidad, en fin. Después de veinte agitados minutos lo sujetaron por los brazos, viajaba sin destino. Decepcionado, Nietzsche nunca le dijo acerca de la policía.
martes, 3 de marzo de 2009
El dia blanco, cuando el fauno lloró
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Antes de salir, buscó en su percha el pañuelo carmín, elaborado de algún material desconocido, lo cruzó en su cuello para apalear de alguna manera el fresco de los días blancos. Su cuello no estaba protegido completamente de vellos, al parecer le disgustaba esta anómala cualidad. Así se alistó.
Miró por la entrada de su cueva. No visualizó a nadie. Salió caminando por entre aquellos árboles desconocidos, buscaba leña, de manera un tanto preocupada, como si alguien lo estuviese observando, es más, su mirada delataba una conducta sospechosamente desconocida. Su intención era recolectar ramas caídas y delgadas para mantener su caverna al fuego todo el resto del día. Pese a que los días blancos eran tupidos y húmedos, elegía con celo cada rama tratando de optar por las más desecas.
Corrían los años de días blancos, de manera tal que su trabajo se tornaba rutinario y cada día crecidamente lioso. Se entregaba cada vez más a las profundidades del bosque desconocido. Pese a su edad desconocida, el bosque era infinito, incluso para él. El día comúnmente blanco, normal como cualquier otro, decidió inclinarse por el camino que en el pasado abandonó, para cumplir con su tarea. De entre algunas ramas cubiertas de días blancos, su atisbo se desvió hacia un brillo desconocido, su curiosidad lo paralizó y a la vez lo incitó a descubrir qué era este haz opaco, un tanto artificial.
Sabía que la inmediación hacia lo extraño le causaría más de algún perjuicio, aun así se atrevió. Siguió un árbol tras otro para observar por fin un faro desconocido, su rostro asombrado me dejó perplejo, sintió zozobra, molestia, extrañeza, como si fuera este hallazgo el causante de su actitud vacilante. Nunca en su existencia vio nada igual, pero intuía que era el inicio de algo pavoroso. No dominaba su cuerpo, al ver el faro desconocido soltó de golpe las pocas ramas que sostenía, se acercó sugestionado hacia el faro desconocido, lo palpó, lo contempló hacia arriba, se paseó reiteradas veces a su alrededor, se sentó en su base y soltó el llanto de manera amarga y desconsolada. Algo desconocido hacía sollozar al fauno, algo terrible le sucedió, algo desconocido que no puedo explicar, algo incluso peor que los días blancos, pareciera que el fauno comprendía al igual que yo que Lewis se adueñaría de su mundo e incluso enviaría niños para visitarle.
El fauno desconocido ni siquiera recogió sus ramas, se marchó velozmente, sus lágrimas caían casi a sus espaldas, mientras corría quiso olvidar lo nefasto del encuentro, tratando de no reencontrase nuevamente con el faro desconocido.
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